Trapezoide |
Querido trapezoide,
Le sorprenderá que por primera vez alguien le haga una declaración de amor y ésta no provenga de una figura plana. Su pertinaz vivencia en el plano le ha mantenido siempre al margen de lo que ocurre por arriba o por abajo, enfrente o detrás. Digámoslo claramente: yo lo conocí hace años pero usted aún no se había enterado, hasta hoy, de mi presencia. Debo pues empezar por el principio y darle noticia de cómo fue nuestro primer encuentro.
Ocurrió una tarde de otoño lluviosa. Una de estas tardes de octubre en que llueve a cántaros, los cristales de los colegios quedan humedecidos y los escolares sin recreo. Usted estaba quieto en una página avanzada de un libro grueso que era nuestra pesadilla continua. Me acuerdo aún perfectamente. Página 77, al final hacia la derecha. Fue al abrir esta página, siguiendo la orden directa de la señorita Francisca, nuestra maestra, cuando lo vi por primera vez. Allí estaba usted entre los de su familia, un cuadrado, un rectángulo, un paralelogramo, un trapecio, un rombo, un romboide,... y ¡el trapezoide!. Un perfil grueso delimitaba sus desiguales lados y sus extraños ángulos. La señorita Francisca se fue exaltando a medida que nos iba narrando las grandes virtudes de sus colegas cuadriláteros... que si igualdades laterales, que si paralelismos, que si ángulos, que si diagonales... y el rato fue pasando y la señorita seguía sin decir nada. Como las señoritas acostumbran a no explicar lo más interesante, a mí se me ocurrió preguntarle
-Señorita... ¿y el trapezoide?
Éste –replicó la maestra-este es el que no tiene nada.
¿Nada de nada? – le repliqué
Sí, nada de nada – me contestó
...y sonó el timbre. Quedé fascinado: usted era un pobre, muy pobre cuadrilátero. Estaba allí, tenía nombre, pero nada más. Por eso a la mañana siguiente volví a insistir en el tema a la señorita.
Así debe ser muy fácil trabajar con los trapezoides –le dije – ya que como no tienen nada de nada no se podrá calcular tampoco nada de nada.
¡Al contrario! Estos son los más difíciles de calcular. Ya lo verá cuando sea mayor.
Durante aquella época yo creí intuir que matemáticas y cosas sexuales debían tener algo en común pues siempre se nos pedía esperar a ser mayores para “verlo”.
A usted ya no lo vi más hasta que en Bachillerato don Ramiro nos obsequió con una fórmula muy larga para calcular su área. Esto me enfadó enormemente. Usted había pasado del “nada de nada” al “todo de todo”. A partir de entonces empecé a pronunciar su “oide” final con especial desprecio “¡trapez-OIDE!”.
Trapezoide con rectángulo inscrito |
Nuestro siguiente encuentro tuvo lugar en una calle. De pronto miro el pavimento y descubro con horror que le estoy pisando. Di un salto y me quedé mirando. ¡Que maravilla! Después de tantos años sobre mosaicos llenos de ángulos rectos allí estaba usted. El “nada de nada” era ahora una loseta. Dibujé aquel suelo y entonces marqué los puntos medios de sus lados y empecé a trazar rectas y una maravilla de paralelogramos nacieron enmarcando su repetición.
Con el tiempo he ido aprendiendo muchas cosas de usted y le he dedicado muchos ratos. La señorita Francisca tenía razón en lo difícil que es tratarlo pero no la tenía en lo del “nada de nada”.
Y ahora al final de la declaración sólo me queda pedirle una cosa. Sé que es difícil pero no tengo más remedio que pedírselo. Por favor no diga nunca a nadie que yo hice esta declaración. Guarde esto en el centro del paralelogramo inscrito que le acompaña. Yo guardaré su recuerdo, dibujándolo en todas las reuniones. Los amores imposibles al menos tienen la virtud de ser duraderos. Suyo.
Claudi.
Claudi Alsina
Matemático y Profesor de la Universidad Politécnica de Cataluña
Madre mía, nunca imaginé que se podía escribir una carta de amor a un trapezoide. Bueno, supongo que el sr. Claudi la escribiría para que sus alumnos adquiriesen interés por la figura como si de un cuento se tratase.
ResponderEliminarOriginal sí que es.
Un beso Chelo.
Si nos enseñaran a no tenerle miedo a las matemáticas, otro sería el cuento. Y esta historias de amor no nos sonaría tan rara.
ResponderEliminarMuy buena narración y muy original.
ResponderEliminarUn abrazo Chelo.
Una original carta de amor donde las haya. Se ve que ella amaba su vocación de maestra. Eso es lo importante, estar enamorados de algo que nos llene de satisfación.
ResponderEliminarUn beso y feliz semana Chelo
Hola Chelo:
ResponderEliminarEstoy conforme con la idea que expones de seguirnos en el blog.
Acabo de leerte por primera vez y he disfrutado con esta idea tan genial del trapezoide "enamoradizo". Es alentador leer romances,historias de amor o cualquier cosa que reavive nuestros sentimientos.
Saludos!!!
Muy interesante y bonita esta entrada.
ResponderEliminarCuentos como este contados en clase despertarian el amor por las matemáticas entre los niños y evitarian fracasos en esta materia con el paso de los años.
Un beso.
He tenido la suerte de asistir a algunas de las conferencia dadas por Claudi Alsina en Madrid, y os puedo decir que es genial. Es el profesor que a todos nos hubiese gustado tener , por lo que cuenta ,por como lo cuenta ... por todo .
ResponderEliminarPero la genialidad no todos la consiguen.
Un abrazo.
En todos los ámbitos nos encontramos profesionales que ejercen su profesión con más o menos acierto y cuanto más pública es una actividad, más facil es de criticar.
ResponderEliminarNo es el momento, ni el lugar para hacer un alegato en favor de nada, ni de nadie, sólo decir que cuando éramos adolescentes nos comportabamos y veíamos las cosas como tales y ahora, al echar la vista atrás nos gustaría que hubiesen sido de otra manera .
Un abrazo y gracias por vuestros comentarios.
HOLA CHELO: QUE HERMOSO ESTE ROMANCE GEOMÉTRICO, ESTA MUY BUENO...PUES CUANDO ESTUDIABA, NUNCA SUPE PARA QUE SERVIA HASTA QUE LA VIDA ME ENSEÑO QUE ES UNA FIGURA COMPLEJA , PERO LLENA DE RECURSOS.-
ResponderEliminarGRACIAS POR LLEVARTE MIS ALAS A TU BLOG.-
TE DEJO UN GRAN CARIÑO
Chelo con sistemas como este para enamorarnos de la geometria porque no enseñan a los profesores estos métodos, habria menos fracasos. No crees. Muy curioso el relato. Besos.
ResponderEliminarNo Teresa, a la mayoria de los adolescentes, por no decir a todos, esta carta ni les dice nada, ni la entienden ...Esta carta empieza a hacer gracia cuando ya casi eres universitario y entonces ya no necesitas que te motiven pues tu elección está hecha. Mis palabras están confirmadas
ResponderEliminarEl juego que dan las matemáticas y lo inspiradoras que pueden ser. A mí nunca me dijeron nada.
ResponderEliminarSaludos, Chelo
En el 2008 un señor residente en san Sebastian, presentó esta carta al IV certamen Cartas de Amor y Desamor Los Novios del Mojón, concurso literario internacional convocado por el Ayuntamiento de Teguise( Lanzarote).
ResponderEliminarLa misiva, fue calificada por el jurado como “el trabajo más completo y original”, sin verificar si el texto era original o estaba copiado, como en este caso, obtuvo el primer premio del certamen.
Fantástico relato Chelo. Ni me podía imaginar el juego que pueden dar las matemáticas y en concreto la geometría. Que pena que una carta de este tipo no diga nada a los adolescentes.
ResponderEliminarDe verdad que me he quedado boquiabierto.
Un beso
Eso es lo que hace falta, el enamoramiento de una parcela que se nos presenta habitualmente como árida. Estupenda entrada.
ResponderEliminarEs una carta maravillosa que gusta hasta los que no entienden de geometría y matemáticas como yo, me ha encantado y al igual que a Felipe, me ha dejado boquiabierta.
ResponderEliminarUn besote grande
Estamos de acuerdo con Chelo, los niños sufren las matemáticas, los adolescentes las convalecen y los universitarios ya están curados, puesto que ya hicieron su elección. Hermana, yo siempre me acordaré de la buena pedagogía, de la entrega y, en fin, del amor que nuestro querido Tasio ponía en la enseñanza de la matemática.
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