Estudié en Granada, y en el Colegio Mayor donde estaba, coincidí con un grupo de chicas un año menor que yo. A pesar de que estudiaban un curso inferior al mío y no hacíamos todas la misma carrera, eran mis amigas y estuvimos juntas cuatro años.
Sí, era mi grupo, pero había muchas cosas de las que no yo participaba. Por ejemplo, solían salir los fines de semana y yo, la mayoría de las veces, no iba,
en parte porque disponía de menos dinero que ellas, y en parte porque yo tenía novio en el pueblo y ellas quedaban a veces con chicos, y en aquella época eso no estaba bien visto. A pesar de todo, fueron unos años muy buenos y llenos de bonitos recuerdos, como el de oír a la tuna cantando debajo de nuestras terrazas, la visita de Severo Ochoa, el de despertarse un día y ver los almendros en flor, pues el colegio estaba rodeado de ellos, los paseos por la Alhambra, las tertulias de la noche…
Lógicamente, acabé antes que ellas y me marché, con mucha tristeza para ellas y para mí, pues era la primera que se marchaba y se preveía que sería la separación. Empecé a trabajar, fui a la despedida del colegio de ellas, al año siguiente me casé y ellas vinieron a mi boda, después algunas siguieron en Granada, habían acabado e intentaban hacer el doctorado y otras se fueron a buscar trabajo. No volví a verlas.
Hace unos años, habían pasado treinta desde que acabamos la carrera, me encontré con una compañera de trabajo que era del mismo pueblo que una de ellas y conocía a su familia, y le pedí el favor de que me localizase las señas. Cuál no sería mi sorpresa al ver que estaba en Puerto Rico y, sin pensarlo, cogí lápiz y papel, pues era una dirección de correo postal lo que me trajo, y le escribí, le mandé mi correo electrónico.
Pasaron muchos, muchos días y al final recibí un e-mail larguísimo, contándome muchas cosas. Esos días, los correos iban y venían con toda la rapidez que podíamos, deseosas de saber la una de la otra, de nuestras familias, de nuestras vidas… En uno de ellos me comunicó que venía a España a ver a su familia, como todos los años, y que le gustaría vernos, no solo a mí, sino a todas las que pudiese localizar. Y me puse manos a la obra, localicé a una que es profesora en Granada y por medio de ella a la demás.
Cuando llegó a España venía con su hija, pasaron unos días en casa y estuvimos visitando algunas cosas de Madrid, de Segovia, no se cansaban, y decía “hay que ver y disfrutarlo todo”. Me llamó la atención su interés por conocer cosas de España, decía que no conocía casi nada de su país, que salió de aquí recién acabada la carrera y había vivido en varios países pero de aquí conocía muy poco. Fueron unos días muy intensos y desde aquí, con ayuda de la de Granada, organizamos un encuentro, precisamente en Granada que es donde a ella le hacía ilusión, ya que no había vuelto desde que acabó la carrera.
Nos reunimos cinco o seis y lo único que hicimos fue hablar y hablar, paseábamos, comíamos y seguíamos hablando. Hablamos de lo humano y de lo divino. Después de treinta años era como si la noche anterior hubiésemos salido y al despertarnos por la mañana nos contásemos cómo nos había ido, con la diferencia de que éramos adultas y las vivencias tenidas en los años pasados eran un poco más serías que cuando estudiábamos. Fue una experiencia muy bonita.
Para mí fue muy especial, pues, como no había compartido muchos momentos con ellas, me sentía un poco fuera del grupo, pero allí pude comprobar que no era cierto y que ellas no lo veían así.
Un grupo de nosotras participamos en un encuentro de antiguas alumnas del Colegio Mayor y, cuando contábamos a las jovencitas que habían acabado hacía un par de años nuestra experiencia, no se lo podían creer y les ilusionaba pensar que después de tanto tiempo ellas también pudiesen seguir siendo amigas.
Hemos intentado ponernos en contacto con más gente del grupo y lo hemos conseguido. Ahora, cada vez que viene de Puerto Rico, intentamos reunirnos. Las que estamos aquí, de vez en cuando hablamos por teléfono, y todas nos mantenemos unidas por la red.
El volver a encontrar a unas amigas después de 30 años, y el saber que están ahí, ha sido una experiencia única.
Ya veo que a ti eso de no querer salir en las fotos te viene de antaño
ResponderEliminarMe ha encantado verte. Gracias por dejarnos ver un poquito más de ti.
¡Qué importante es guardar el afecto adecuado a todas las personas que han pasado por nuestra vida!
ResponderEliminar¿Eres tal vez la chica monísima que está en el centro de la fotografía, la de la primera línea?
Me alegro que hayas podido disfrutar de ese estupendo encuentro.
Siento desilusionarte Francisco, pero esa no soy yo.
ResponderEliminarChelo que pequeño es el mundo. El día 12 de diciembre que acaba de pasar, hizo un año que llegaron aquí mi hija y su marido con una niña adoptada. Precisamente de Jade. Y mi niñita Olaia que se llama la niña, tiene el color de la piel precisamente como las perlas.(Jade) Tengo fotos de cuando les dejaron llevar a la niña a pasar el día con ellos y visitaron la gran muralla.
ResponderEliminarMe gustan tus cosas.
Un beso
He disfrutado mucho leyendo tus recuerdos, has hecho salir a flote los míos.
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